By Maria Bello

The legendary great white shark (Carcharodon carcharias), also known as the “great white”, “white pointer”, “white shark”, or “white death”, is a species of large lamniform shark which can be found in the cool coastal surface waters of all the major oceans.

They have slate-gray upper bodies to blend in with the rocky coastal sea floor, but get their name from their universally white underbellies. They are streamlined, torpedo-shaped swimmers with powerful tails that can propel them through the water at speeds of up to 15 miles (24 kilometers) per hour.

 The great white shark is the world’s largest known predatory fish. It has 300 serrated, triangular teeth arranged in several rows, yet does not chew its food. Sharks rip their prey into mouth-sized pieces which are swallowed whole. The shark’s heavy, torpedo-shaped body allows it to cruise efficiently for long periods of time, and then suddenly switch to high speed bursts in pursuit of prey—sometimes leaping out of the water. It feeds on a broad spectrum of prey, from small fish, such as halibut, to large seals, sea lions, small toothed whales, and even sea turtles and dolphins. Its only known natural enemy is the killer whale.

Thanks to sensationalized stories and stereotyping, sharks have become feared rather than revered. They’re labeled as dangerous, indiscriminate killers that eat anything in sight. But in fact, sharks are most often the victims. It is far more fearsome in our imaginations than in reality. As scientific research on these elusive predator’s increases, their image as mindless killing machines is beginning to fade. Of the 100-plus annual shark attacks worldwide, fully one-third to one-half are attributable to great whites. However, most of these are not fatal, and new research finds that great whites, who are naturally curious, are «sample biting» then releasing their victims rather than preying on humans. It’s not a terribly comforting distinction, but it does indicate that humans are not actually on the great white’s menu. As their number are decreasing precipitously due to overfishing, accidental catching in gill nets, and killed to supply demand for their fins, which are made into soup and eaten as a status symbol, the populations is depleted worldwide.

 More than 100 million sharks are killed each year-by longlines, by «sport» fishermen, or by a barbaric practice known as shark finning. Hooked sharks are hauled onto boats; their fins are sliced off while they are still alive. These helpless animals are then tossed back into the ocean where, unable to swim without their fins, they sink towards the bottom and die an agonizing death. With 90% of the world’s large shark populations already wiped out, sharks are being depleted faster than they can reproduce. This threatens the stability of marine ecosystems around the world. Sharks are vitally important apex predators. They have shaped marine life in the oceans for over 400 million years and are essential to the health of the planet, and ultimately to the survival of mankind. Sea Shepherd patrols marine protected areas, exposing the corruption that drives this multi-billion dollar industry and directly intervening to stop the brutal slaughter of sharks.

The Great White Shark, Carcharodon carcharias, has been classified as ‘Vulnerable’ on the IUCN Red List of Threatened Species and is currently protected in the Australian EEZ and state waters, South Africa, Namibia, Israel, Malta and the USA. It should be removed from international game fish record lists, and it needs rational and realistic treatment by the media to counter its notoriety and inflated market value.

El gran tiburón blanco: una especie amenazada

Por Maria Bello

El legendario e icónico tiburón blanco (Carcharodon carcharias), también conocido como el «gran blanco», «indicador blanco», «tiburón blanco», o «muerte blanca», es la especie  de tiburón de mayor tamaño del orden Lamniformes que habita las aguas costeras superficiales y frías de los grandes océanos.

Presentan una coloración gris en la parte superior que le permite confundirse con el suelo rocoso de la costa, en contraste con la coloración blanca de su vientre, por lo que son reconocidos universalmente. Son nadadores enérgicos, en forma de torpedo con grandes aletas que les permiten impulsarse a través del agua a velocidades de hasta 15 millas (24 kilómetros) por hora.

 El tiburón blanco es el mayor pez depredador conocido del mundo. Cuenta con 300 dientes triangulares, distribuidos de forma similar a una sierra, dispuestos en varias filas, sin embargo, no mastican su comida. Los tiburones toman fracciones de sus presas en trozos del tamaño de la boca, para después tragarlas enteras. La forma aerodinámica de torpedo y el peso del cuerpo del tiburón, le permite nadar de manera eficiente durante largos períodos de tiempo, y hacer cambios repentinos a altas velocidad en la búsqueda de presas, a veces saltando fuera del agua.

Se alimenta de un amplio espectro de presas, que van desde peces pequeños, como el halibut, a grandes focas, leones marinos, ballenas dentadas pequeñas, e incluso tortugas marinas y delfines. Su único enemigo natural conocido es la orca asesina.

Como resultado de historias sensacionalistas y estereotipos mediáticos, los tiburones blancos se han convertido en criaturas feroces y temibles poco consideradas. Han sido clasificados como peligrosos asesinos indiscriminados, que se alimentan de cualquier cosa a la vista. Pero, de hecho, los tiburones son las víctimas más frecuentes. Son mucho más temible en nuestra imaginación que en la realidad.

A medida que la investigación científica avanza sobre las actividades de estos depredadores naturales, su imagen como máquinas de matar sin sentido empieza a desvanecerse. De los más de 100 ataques de tiburón anuales en todo el mundo, más de un tercio son atribuibles a los tiburones blancos. Sin embargo, la mayoría de ellas no son fatales, y la nueva investigación muestra que el tiburón blanco, curioso por naturaleza, suele «morder la muestra», y la liberar sus víctimas en lugar de ensañarse con los humanos. No es una distinción reconfortante, pero sí indica que los humanos no son en realidad el menú preferido del gran tiburón blanco.


A medida que la población continua disminuyendo vertiginosamente debido a la sobrepesca, la captura accidental en redes de enmalle, y matanzas para suplir la demanda de sus aletas, las que se consumen en grandes cantidades en la elaboración de sopas muy comunes como un símbolo de estatus en muchas partes del mundo, las poblaciones se agotan en los océanos.

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Más de 100 millones de tiburones mueren año tras año en los palangres, por los pescadores deportivos «», o por una práctica bárbara conocida como aleteo de tiburones, que una vez enganchados en los anzuelos se transportan  a los barcos; cortándoseles las aletas mientras aún están vivos. Estos animales indefensos son luego arrojados de nuevo al océano, donde, incapaz de nadar sin sus aletas, se hunden van el fondo y mueren de forma agonizante.

Con el 90% de las grandes poblaciones de tiburones del mundo ya aniquiladas, los tiburones se están agotando más rápido de lo que pueden reproducirse. Esto pone en peligro la estabilidad de los ecosistemas marinos de todo el mundo. Los tiburones son depredadores de vital importancia. Ellos han dado forma a la vida marina en los océanos durante más de 400 millones de años y son esenciales para la salud del planeta, y en última instancia para la supervivencia de la humanidad.  Voluntarios de  la sociedad de conservación Sea Shepherd patrullan áreas marinas protegidas, dejando al descubierto la corrupción que impulsa esta industria multimillonaria e intervienen directamente para detener la masacre brutal de los tiburones.

El gran tiburón blanco, “Carcharodon”, ha sido clasificado como «vulnerable» en la Lista Roja de especies amenazadas de la UICN y actualmente está protegido en la zona económica exclusiva de Nueva Zelandia y aguas estatales de Australia, Sudáfrica, Namibia, Israel, Malta y los EE.UU.. Se recomienda retirar de las listas internacionales de registro de torneos al tiburón blanco, así como exigir un tratamiento racional y realista por parte de los medios de comunicación para contrarrestar su notoriedad y el valor de mercado inflado.